CUENTO.



¡PABLO, NO SEAS DIABLO!
Por Nieves Orenes, 3º  de primaria.

De pequeño, Pablo era un verdadero diablo. Lloraba por la mañana, lloraba por la tarde y no dormía por la noche.
Se ponía el desayuno de sombrero, tiraba al suelo la comida y pintaba las paredes con la cena. Además sus pañales apestaban... Y entonces nació Roberto. Roberto era el bebé perfecto: sonreía durante todo el día y dormía durante toda la noche. Nunca ensuciaba sus pañales —bueno, casi nunca—. Pablo no se puso muy contento cuando Roberto nació; en realidad se puso furioso.
—¡Estoy más harto de este mocoso! —le dijo un día a su madre.
—¡Cuchi, cuchi! —canturreó su madre.
—Ya es hora de que lo llevemos otra vez al hospital —le dijo Pablo a su padre.
—¿Quién es mi niño bonito?
Pablo fulminó a Roberto con la mirada y pensó: “en esta casa no hay sitio para los dos”.
Pablo intentó mandar a Roberto por correo; trató de tirarlo a la basura y también intentó perderlo... Intentó que se lo llevara el viento, pero nada funcionó.
—Tal vez se marche solo, eso sería estupendo —pensó Pablo diablo.
Por desgracia Roberto no se fue; pasaba el tiempo y Roberto no hacía más que sentarse en el sillón de Pablo, jugar con los juguetes de Pablo, columpiarse en el columpio de Pablo y molestarle con todo lo que hacía, en general.
—¡Mamá!¡Roberto me ha dado una patada! —gritó Pablo un día.
—¡Papá, Roberto me está pegando con mi oso!
—¡Mamá, Pablo me ha pegado! —dijo Roberto más tarde— ¡Pablo ha destrozado mi construcción!
—Pablo, no seas diablo.
—¿Por qué nunca regañas a Roberto? —dijo Pablo entre dientes.
Un día a Pablo se le ocurrió una idea de lo más terrible y astuta.
—Roberto, —le propuso con voz dulce— ¿te gustaría cavar un agujero que llegue hasta la China?
—Claro que sí —respondió Roberto.
Pablo señaló las flores que acababa de plantar su madre en el jardín.
— Hazlo ahí —le indicó— la tierra está blandita.
Roberto empezó a cavar. Pronto consiguió hacer un agujero bastante hondo.
— Bien hecho, Roberto, —dijo Pablo— ¿Por qué no se lo enseñas a mamá?
Roberto agarró la pala y se fue.
—Se la va a cargar— pensó Pablo diablo.
En ese momento apareció su madre.
— ¡Aaaaaaaarg! ¡Pablo! ¿Cómo se te ocurre hacer un agujero en medio de las flores?
— No he sido yo, ha sido Roberto.
—Pablo, no seas diablo, —gritó su madre— ¡Vete a tu habitación!
—¡No es justo!, —gimoteó Pablo.
Al día siguiente, Pablo hizo otro intento.
—¿Quieres darle una sorpresa a mamá? ¿Por qué no le dibujas un barco vikingo?
—¡Sí! —exclamó Roberto.
— Pero hay que hacerlo bien grande, —dijo Pablo— ¡Ya sé! ¿Por qué no lo dibujas en la pared? ¡Es imposible pintar un barco vikingo como es debido en una hoja de papel! ¡Ya verás qué contenta se pone mamá cuando lo vea!
—Vale, —repuso Roberto.
Pablo se escabulló con una risita. Aquella vez iría a buscar a su madre él mismo.
— ¡Mamá, mamá! Roberto se está portando fatal —gritó— ¡está pintando las paredes!
Su madre subió las escaleras a todo correr,
—No fui yo, fue mi mano, —dijo Roberto—,  además la idea fue de Pablo.
—¡Pablo, no seas diablo! —gritó su madre—
—Pero si yo no he hecho nada —se quejó Pablo—
—Tú eres el mayor, tendrías que haberle advertido que no lo hiciera, —dijo su madre— . ¡Vete a tu habitación!
Al día siguiente, Pablo y Roberto fueron con su madre al parque. Pablo estaba muy triste. No podía librarse de Roberto y tampoco era capaz de meterlo en líos.
—Tal vez pueda tirarlo a un charco cuando mire para otro lado, —pensó.
De pronto un perro terrorífico se abalanzó sobre Roberto
—Grrrr —gruñó el perro.
—¡Socorro! —chilló Roberto.
Pablo no se paró a pensar.
—¡Fuera de aquí, chucho! —berreó con todas sus fuerzas.
Roberto se puso a llorar a gritos y su madre llegó corriendo.
—¡Pablo, no seas diablo! — gritó.
—Pero si se ha portado muy bien —dijo Roberto— me acaba de salvar.
—¡Mi héroe! —exclamó su madre.
Pablo dejó que su madre lo achuchara y lo besara. Al fin y al cabo no estaba tan mal ser héroe por un día. Pero mañana... ¡Cuidado con él!

FIN